Trump vs. Adam Smith: ¿Proteccionismo o Mercantilismo Moderno?

En el siglo XVIII, Adam Smith escribió La riqueza de las naciones, una obra que sentó las bases del libre mercado y la competencia como motores de la prosperidad económica. Siglos después, Donald Trump parece no haberlo leído o, peor aún, haberlo interpretado al revés. Su política de aranceles al acero y al aluminio no solo es una bofetada a los principios del libre comercio, sino que encarna el tipo de mercantilismo que Smith criticó con vehemencia.
La ironía del proteccionismo «patriótico»
Trump, en su afán de “proteger” a los trabajadores estadounidenses, ha optado por medidas que históricamente han demostrado ser ineficaces. Su obsesión con reducir el déficit comercial y su discurso sobre “recuperar empleos” a través de aranceles suena más a nostalgia industrial que a un plan económico viable. Smith habría advertido que restringir las importaciones mediante barreras artificiales solo encarece los productos para los propios consumidores y desincentiva la eficiencia empresarial. En otras palabras, es una receta perfecta para la ineficiencia y la inflación.
El proteccionismo arancelario de Trump no es más que una forma moderna del mercantilismo, esa misma doctrina que Smith demolió en su libro. En el siglo XVIII, los gobiernos imponían restricciones al comercio para acumular oro y plata, creyendo que la riqueza de una nación dependía de su balanza comercial positiva. Hoy, Trump sigue una lógica similar: piensa que al limitar las importaciones, la economía estadounidense florecerá. Pero Smith ya explicó hace siglos que la verdadera riqueza radica en la capacidad productiva y no en las políticas restrictivas.
Aranceles: el impuesto disfrazado que paga el consumidor
Para Smith, la competencia y el libre comercio permiten que los recursos sean asignados eficientemente, impulsando la innovación y reduciendo costos. En cambio, los aranceles impuestos por Trump encarecen los bienes para los propios estadounidenses. Porque, sorpresa, no son los países exportadores los que pagan los aranceles, sino las empresas y consumidores locales que dependen de esos productos.
El acero y el aluminio son insumos clave en industrias como la automotriz, la construcción y la manufactura. Aumentar su precio a través de aranceles solo significa que las empresas estadounidenses pagarán más por estos materiales, lo que se traducirá en productos más caros y menor competitividad global. Pero, claro, en la lógica proteccionista de Trump, esto es secundario frente al titular grandilocuente de “Estados Unidos primero”.
El fantasma del dumping chino y la paranoia comercial
Trump justifica sus aranceles alegando que China inunda el mercado con acero barato, afectando la producción local. Y aunque es cierto que China ha sido señalada por prácticas de dumping, la solución no debería ser castigar a todos los socios comerciales, incluyendo a México y Canadá. En 2024, la administración Biden ya había impuesto aranceles al acero y aluminio que no fueran fundidos en México, precisamente por sospechas de que parte de ese material provenía de China. Pero en lugar de abordar el problema con medidas específicas y negociaciones comerciales estratégicas, Trump responde con una política de «disparar primero y preguntar después».
Esta mentalidad beligerante no solo desata tensiones diplomáticas innecesarias, sino que pone en riesgo el T-MEC, el tratado que regula el comercio entre Estados Unidos, México y Canadá. Con la renegociación del acuerdo en el horizonte, imponer aranceles unilaterales es como encender una fogata en medio de un polvorín.
El costo de la necedad económica
Mientras Smith defendía la mínima intervención estatal en el comercio, Trump se erige como el gran intervencionista disfrazado de capitalista. Si hay algo que la historia económica nos ha enseñado, es que las guerras comerciales rara vez terminan bien. Los países afectados responderán con represalias, y el mercado global no se ajusta de manera instantánea a estas políticas arbitrarias.
Paradójicamente, el país que Trump dice querer proteger será el más afectado. Empresas estadounidenses que dependen del acero importado verán reducidos sus márgenes de ganancia, las industrias exportadoras sufrirán las represalias de otros países, y los consumidores pagarán la factura final. Todo esto en nombre de un proteccionismo que más que fortalecer la economía, la vuelve más ineficiente.
Si Adam Smith pudiera ver la política comercial de Trump, probablemente sacudiría la cabeza y volvería a escribir La riqueza de las naciones, esta vez con un capítulo extra titulado: Cómo no dirigir la economía de una superpotencia en el siglo XXI.